Especial.- El temor a ser enterrado vivo, conocido como tapefobia, marcó la vida —y la muerte— de Hanna Beswick, una mujer del siglo XVIII que terminó convertida en exhibición pública durante más de 110 años. Su historia, tan inquietante como real, revela los límites entre la precaución, la superstición y el morbo científico
Según el informe del doctor J.C. Ouseley de 1895, al menos 2.700 personas por año eran enterradas vivas en el Reino Unido debido a catalepsias o comas profundos. Más conservador, el investigador Jan Bondeson redujo la cifra a 800 en su estudio de 2001. Estas estadísticas alarmantes alimentaron la tapefobia, especialmente entre las clases altas británicas del siglo XVIII.
Hanna Beswick (1688–1758), residente de Lancashire, desarrolló esta fobia luego de que su hermano estuviera a punto de ser enterrado aún con vida. El médico de la familia, Charles White, notó un leve movimiento en el párpado del supuesto difunto y evitó la tragedia. Desde entonces, Hanna dejó claro en su testamento que no deseaba ser sepultada sin pruebas concluyentes de su muerte. Solicitó que su cuerpo fuese revisado periódicamente por señales vitales.
Tras su fallecimiento, Charles White decidió embalsamarla —algo que ella nunca pidió— y trasladó el cadáver a su colección personal. Durante décadas, el cuerpo de Hanna estuvo en exhibición, primero en su casa familiar, luego en la del médico, y finalmente en el Museo de Ciencias Naturales de Manchester, junto a momias egipcias y peruanas. La señora Beswick, ahora apodada “la momia de Manchester”, se convirtió en una figura popular, visitada incluso por el escritor Thomas De Quincey.
El insólito recorrido terminó en 1867, cuando la Universidad de Manchester asumió el control del museo y ordenó su entierro definitivo. Para hacerlo, fue necesario obtener un certificado de defunción formal, pues nunca se había expedido uno. El trámite requirió autorización directa del Secretario de Estado británico.
Lo más perturbador es que nunca se encontró evidencia de que Hanna quisiera ser embalsamada ni expuesta al público. Solo deseaba no ser enterrada viva.

